Lily y el pulpo

Lo mejor de los perros es esa manera que tienen de saber cuándo los necesitamos más; es entonces cuando dejan todo lo que están haciendo para hacernos un rato de compañía.

Sus ojos siguen siendo azules, esta vez del azul del cielo. Del cielo con la nube con forma de perro salchicha. Recuerdo una de las puestas de sol más espectaculares a bordo del Fishful Thinking, cuando, no sin cierta vergüenza, le confesé a Lily que me gustaría volver a enamorarme. Unas palabras que me costó no poco pronunciar y acompañadas de un sentimiento de culpa. Si hasta decirlas en voz alta sugerían un futuro sin Lily. Y recuerdo también su sencilla respuesta:

–Te enamorarás –dijo.

Tardo un minuto en decidir si soy capaz de hacerlo, y decido que sí; tiro las tarrinas de yogur y pongo mi mano en la suya. Es suave y cálida y, en lugar de tontear torpemente, mi mano y la suya se adhieren una a la otra como el imán al metal, como si lleváramos toda la vida caminando de la mano. Y volvemos a tocarnos.

Le pongo una mano en el antebrazo. No sé por qué lo hago –y no es un gesto exactamente forzado–; de verdad, me han entrado ganas de tocarle la piel. Suave, apenas bronceada. Diría que sabe a verano, a algo familiar, cálido, agradable. Como mi piel en los primeros días a bordo del Fishful Thinking, antes de que acabara pelada y quemada y curtida por la sal.

No soy el primero en dejar de abrazarlo, pero puede que lo hagamos los dos al mismo tiempo. Ya es algo. Jenny estará orgullosa. Lo miro a los ojos, esperando que sean marrones como los de Lily, pero no, son de un azul profundo, como las aguas que golpeteaban suavemente contra el Fishful Thinking.

Byron ríe y cierra un poco el puño como para celebrar que al final nos hemos encontrado. «¡SÍ! ¡TODO! ¡ESTO! ¡SUCEDE! ¡PARA! ¡NOSOTROS!»

Todas las aventuras que vivimos. Y todas me encantaron.

La distribución de la pérdida es injusta, y yo no quiero que mi amigo pierda a Weezie. No quiero que deje de tener a Matt. Quiero a Trent, y quiero que sea feliz, muy feliz. Si digo esto es solamente como una toma de conciencia, no como deseo de redistribuir la pérdida ni de hacerla más justa. La distribución de la pérdida es injusta. Así son las cosas. Así funciona el mundo. Nadie la distribuye. No hay manera de asegurarse de que todo el mundo tenga lo que le corresponde.

Te querré siempre. Te querré el resto de mis días e incluso todos los días después del resto de mis días.

De la boca de Lily cuelga apenas la puntita de la lengua. Tan rosa. Tan quieta. Tan muerta.