Lo sea o no, esa especie de pensamiento mágico es una estrategia de supervivencia que mucha gente usa. Algunos escépticos dirían que es la propia base de la creencia religiosa.
Sí. Hay quien lo considera la mentira situada en el corazón de la religión, pero yo tiendo a pensarlo como la muy necesaria utilidad de la religión. Y la mentira –en el caso de que la existencia de Dios sea una falsedad– es en cierto sentido irrelevante. De hecho, en ocasiones me parece como si la existencia de Dios fuera solo un detalle, un asunto técnico, pues los beneficios de una vida de devoción son inmensamente ricos. Adentrarse en una iglesia, escuchar a pensadores religiosos, leer las Escrituras, estar sentado en silencio, meditar, rezar: todas estas actividades me hicieron más amable el camino de vuelta al mundo. Quienes las descalifican como tonterías falsas o supersticiosas, o peor, una expresión de debilidad mental colectiva, están hechos de un material más rígido que yo. Yo me agarré a cualquier cosa que estuviera a mi alcance y, desde entonces, ya no me solté.