Pero, oh sabio amigo, barbero jefe del Strand, ni tú ni yo, hermano, hemos hecho el mundo. Quienquiera que lo haya creado, que es más sabio y, esperamos, mejor que nosotros, lo sometió a singulares limitaciones y condicionó el placer severamente. En el primero y más oscuro de sus libros está ferozmente escrito que un hombre no puede comerse su pan y seguir teniéndolo, y aunque todos los hombres hablasen hasta que las estrellas sean viejas, seguiría siendo verdad que un hombre que se ha afeitado ha perdido su barba, y que un hombre que ha perdido su navaja no puede afeitarse con ella.