había sentada una joven escuchando también.
Llevaba un vestido de verano estampado de flores
en vivos colores
que parecían pintadas.
Al final del profundo escote
se podía vislumbrar
un poco del mugriento sostén
y los turgentes pechos.
Sudaba. Tenía el labio superior
húmedo
y debajo de los sobacos la tela estaba desteñida.
Se bajó en Belgrado.
Quince años después
cuando hice el mismo trayecto
en dirección contraria pensé en ella
y en otras mujeres que
había conocido después,
en el olor de su sudor, en las flores
que les había enviado
en sus nombres y en todas las palabras
que les había escrito en mis cartas.
Pensé también en el campesino:
en su bigote manchado de tabaco
en sus historias de la guerra