El Vagón De Las Mujeres

Dios no hizo gordo a Ebenezer Paulraj. Lo hice yo.
Yo, Margaret Shanthi, lo hice con la única intención de vengarme. Para minar su autoestima y sacudir los mismos cimientos de su ser. Para librar a este mundo de una criatura que, si se le hubiera permitido seguir como era, delgado, esbelto, arrogante, habría seguido sembrando el dolor sin el menor remordimiento.

»Son unas mujeres encantadoras pero son de las que no se sienten completas sin un hombre. Pueden decir lo que quieran, pero las conozco, a ellas y a otras como ellas. En el fondo de su corazón creen que en el mundo no hay espacio para una mujer soltera.

Por primera vez se sentía protegida. A salvo de sí misma. El tren sabía adónde iba. No tenía que decírselo ella. El tren seguirá despierto aunque ella se duerma.

Todas enfrentándose a sus vidas e intentando sacar partido de sus inciertos derroteros.

Akhila, solterona, funcionaria del Estado, historiadora, comedora de huevos, recordaba los años que habían pasado. Con qué facilidad aparecían los recuerdos esta noche.

Tenía una compañera que sabía lo que era ser ella: soltera y sola.

Katherine y Akhila empezaron a hablar. No la charla superficial que había dominado sus primeras conversaciones. Empezaron a hablar de las cosas que les importaban de verdad.

Akhila sintió el peso de su mano sobre ella. Amma la tuvo a ella para rescatarla de la amenaza de la penuria y la degradación. Amma tuvo a Akhila para sustituir a su marido como cabeza de familia; Amma la tenía a ella: Akhila. Akhilandeswari. Señora de todos los mundos. Señor de ninguno

¿O la muerte es precisamente eso? La posibilidad de abandonar. Dejar de preocuparse. Ser libre.

Para ellos, Akhila había dejado de ser una mujer y se había metamorfoseado en una solterona.