La enorme verdad que dice la poesía toda, y la de Sicilia en particular, se resume en una metáfora -el “paisaje sin voz”-, única capaz de evitar el vacío, el infierno, o sea, el «horror de la interpretación” en que tanto insistió Rilke. En todos los planos, es esto último lo que ha causado el gran daño a la humanidad. Su obra conduce al amor de los orígenes, a la ausencia de explicaciones ante el poema y sus imágenes, a no creer que esto “quiere decir” aquello, sino que esto es aquello. No hay que esquivar el mysterium tremendum, el temor religioso; antes bien, experimentarlo en carne propia, para que pueda verse superado por la esperanza. Sí se puede tocar el fondo de estos procelosos mares; allí se halla la ballena, el ars poetica sublime.