Con Panambí podía ser él mismo y no necesitaba buscar las palabras exactas, porque ella tomaba todo lo que él daba y daba a su vez todo lo que podía. Así era la relación de ellos: espontánea, divertida y nunca rutinaria. Si él corría, ella lo seguía; si él lloraba, ella lo consolaba; si ella enfermaba, él la cuidaba. No había presiones; era solo vivir y compartir ese día a día, así como viniera.