—No hables así.
—¿Cómo?
—Sobre tu programación. —Rhett apartó la mirada, algo incómodo—. Si sigues diciendo eso, te convencerás a ti misma de que no eres humana.
—Rhett, no lo soy.
—¿Por qué no? ¿Porque lo digan cuatro idiotas?
—No, porque… funciono gracias al núcleo de mi estómago.
—¿Y a quién le importa?
—A los de esta ciudad, por ejemplo. —Su humor decayó un poco—. Y yo estoy empezando a pensar como ellos, la verdad.
—No digas eso. —Rhett frunció el ceño.