Se ahogarán en las lágrimas de sus madres

Quizá fuera así de sencillo, y así de complejo: Hamad les ofreció, simple y llanamente, un sueño en el que Amin y él tenían cabida. Y entonces ella se sentó y escribió la palabra Dios sobre una bandera de bolsas de basura.

Su único lugar de procedencia es el instante en que disparó al primer preso. Su único lugar de procedencia es ese paisaje desértico habitado por fantasmas y moscas y perros, ese califato donde todo comienza. No hay nadie que pueda afirmar que todavía lo conoce, que sabe quién es. No pertenece a nadie. No es nadie.

Un monstruo.

No hay ningún dios aparte de Dios.

Un día de principios de verano durante la década de los cincuenta, en un aeropuerto a las afueras de Tokio, una mujer apareció con un pasaporte expedido por una nación inexistente. Cuando los señores del control de aduanas lo señalaron a su atención, la mujer pidió un atlas, pasó las páginas de Europa y buscó con el dedo a lo largo de la frontera entre España y Francia. Decía que su país debería estar, más o menos, a la altura de Andorra, y conforme no lo encontraba se iba poniendo más y más nerviosa. Su pasaporte había recibido bastante uso y contaba con sellos de entrada de una gran cantidad de aeropuertos, hablaba varias lenguas y llevaba diversas divisas europeas en la cartera. Llamaron a la policía. Mientras revisaban sus pertenencias, la encerraron en una sala del aeropuerto, pues había empezado a ponerse histérica porque su país, al parecer, hubiera desaparecido.

Cuando, al cabo más o menos de una hora, el hombre abrió la puerta de la sala, la mujer había desaparecido sin dejar rastro.

Esta clase de acontecimientos tenía lugar un par de veces por década. La gente hablaba, con todo lujo de detalles y de manera convincente, de países inexistentes. Cada vez que leía una historia de esas, pensaba en lo inmensa que debía ser esa soledad: la de no compartir su mundo ni con una sola persona.

Mamá solía decir que el ruido del corazón humano era el nombre de Dios

—Si lo que cuentas es verdad —dije—, el odio que nos profesan depende únicamente de aquello que hacemos o dejamos de hacer, no de quienes nos odian. Al afirmar que su odio nació a raíz del atentado los estás absolviendo.

Me levanté y sentí el viento en la cara, y pensé que nada en absoluto en este mundo se parecía a Dios y que, por ello, su poder era aterrador. Recé sin palabras, con las manos cóncavas y enviando todo hacia arriba

Nos miramos la una a la otra.

—Dividen a la gente en amigos y enemigos.

—Peor —dijo mamá. A menudo oía algo en su voz y la de papá cuando hablaban en la cocina por las noches: un miedo pulsátil bajo las palabras—. Nos dividen en personas y animales

Te escribo a ti, que una vez escribiste que el miedo era una materia que flotaba en el aire mientras te hacías mayor, que se posaba en el pelo y en los ojos, una materia que respirabais.

Yani, a mi madre se le transparentaba el alma entera.

—Un lápiz, a solas en la oscuridad —dijo—. Y le preguntó a Dios qué había de escribir.

—¿Y qué respondió Dios?

—Escribe todo lo que vaya a ocurrir a partir de ahora, hasta el final de los tiempos.

—¿Y el lápiz lo hizo?

—Sí —dijo, y me acarició la nuca a su manera, tiernamente distraída—. Fue el comienzo de todas las cosas. Un lápiz que describió esto. Que yo existo, y tú, y las caricias que nos unen. El grano de arena que cambia de color al ponerse el sol sobre las playas de Argelia. La historia y el futuro.

Sé que no me crees, pero yo te escribo igual, porque tengo que contarle esto a alguien.

Te escribo a ti, que