mi alrededor, todo marchaba sin contratiempos. Pero yo no sentía por mi trabajo el mismo entusiasmo que antes. Aquella pasión por mis dos locales se había desvanecido. No creo que los demás se percataran. En apariencia, yo seguía siendo el mismo. Incluso era más simpático, más amable, más hablador. Pero yo sí me daba cuenta. Cuando me sentaba en un taburete y barría el local con la mirada, eran muchas las cosas que me parecían monótonas y faltas de color. Antes no. Aquello ya no era un exquisito jardín de ensueño, saturado de brillante colorido. No era más que una vulgar y ruidosa taberna de las que se pueden encontrar en todas partes. Todo era artificial, frívolo, pobre. Y lo que allí había era un simple decorado hecho con la intención de sacarles los cuartos a los borrachos. Todas las ilusiones que mi corazón abrigaba sobre ellos se habían desvanecido.