Tradicionalmente se han pensado las metáforas como un recurso propio de la literatura con funciones estéticas o retóricas, es decir, de embellecimiento o persuasión. Al mismo tiempo, con mucho recelo y desconfianza, se ha comprendido que podrían cumplir ciertas funciones en la ciencia, heurísticas o didácticas, si bien no dejarían de ser cuestiones secundarias y subsidiarias. Es indudable que las metáforas tienen tanto cualidades estéticas y retóricas, como también funciones heurísticas y didácticas. Sin embargo, se pasa por alto lo primordial de las metáforas científicas: el valor cognoscitivo que poseen por sí mismas y no como meras subsidiarias de otro lenguaje considerado literal. Esta forma diferente de concebir su uso acarrea consecuencias epistemológicas importantes, pues en numerosas ocasiones el científico describe y explica la realidad a través de metáforas que el uso y la familiaridad literaliza. En la enseñanza, los docentes hablan acerca de la ciencia a través de metáforas, pero también los estudiantes articulan y construyen su conocimiento acerca de la realidad gracias a ellas. Esclarecer las características de esos procedimientos habituales, corrientes y legítimos puede contribuir a aprovechar mejor su potencialidad y a ser conscientes de sus límites y consecuencias.