Enriqueta pedía una limosna de lujo a la sociedad opulenta. Los ojos de Enriqueta se fijaban en la hilera de trenes de los ricos, y sus pupilas estaban agitadas por movimientos rapidísimos y pequeños, porque con cada mirada recorría el interior, el pescante y los frisones de un landó, o las siluetas de cuatro jóvenes en un faetón; caballos negros, colorados, retintos, con brillantes guarniciones; lacayos con librea, coches de familia, buggys, victorias y cupés; líneas de caballo y líneas de auriga;