Esta es la burocracia estatal en su versión más demencial. Y, sin embargo, ¿somos conscientes de que, en tiempos laicos, este es nuestro único y verdadero contacto con lo divino? ¿Qué puede ser más «divino» que el traumático encuentro con la burocracia en su forma más demencial, cuando el burócrata nos dice que, legalmente, no existimos?