El ladrón de orquídeas

La inmensidad del mundo me hacía sentirme profundamente sola. El mundo es tan enorme que la gente se pierde en él. Existen demasiadas ideas, personas y cosas, existen demasiadas direcciones a las que ir. Empezaba a creer que la importancia de apasionarse por algo radica en que la pasión reduce el mundo a unas dimensiones más manejables.

En el Fakahatchee se detuvo a un hombre que llevaba veinte palmeras en un camión destinadas a un centro comercial en el que se les arrancarían las hojas, se les pondrían otras de seda y después se colocarían en el centro del patio de algún restaurante o delante de una boutique.

Hay algo de inteligente e impropio de una planta en su determinación de sobrevivir y en su habilidad especial para sacar provecho del engaño y en su talento para seducir a los seres humanos durante cientos y cientos de años

Con el paso del tiempo, las orquídeas pueden marchitarse por la parte trasera pero seguir creciendo por delante. No tienen más enemigos naturales que el mal tiempo y los virus extraños. Son unos de los pocos seres que hay en el mundo que pueden vivir eternamente. Las cultivadas que no mueren a manos de sus propietarios pueden sobrevivirles, a ellos y a varias generaciones más. Muchos coleccionistas nombran herederos para sus plantas en sus testamentos, pues saben que vivirán más que ellos

En la Inglaterra victoriana la pasión por las orquídeas fue tal que a veces se denominó «orquidelirio».