Estas personas exhiben su historial de esfuerzo, de reconocimiento o, en el peor de los casos, de sufrimiento, para proclamar su derecho a tal o cual cosa. Pero ¿con qué vara se mide cuando alguien realmente “se lo merece”? Y además, ¿no hay otros con los mismos méritos que carecen de aquello que anhelan? Por más merecedores que creamos ser de lo que tenemos, tendremos que aceptar que eso no nos da derecho a considerar que el mundo “sólo me da lo que me corresponde”. Si, tanto amparándonos en la justicia como en el merecimiento, creemos que el mundo nos debe algo, viviremos resentidos al no obtenerlo. Si, por el contrario, renunciamos a esta postura de “acreedores”, podremos aceptar lo que la vida nos depara con sorpresa y alegría y vivir nuestro presente con gratitud.