«¿por qué meditar?». Primera respuesta: si dejamos nuestra interioridad en barbecho, para el beneficio exclusivo de acciones y distracciones orientadas hacia el exterior, nos convertiremos en esclavos de este mundo exterior. Y quedamos a merced de su influencia. Sí, si no tenemos cuidado, dejaremos en manos de otros el «control remoto de nuestra mente», por usar la expresión de mi amigo filósofo Alexandre Jollien. Seremos manipulados por una sociedad de hiperconsumo, más preocupada por hacernos comprar que por hacernos meditar, más preocupada por esclavizarnos que por liberarnos, más preocupada por extinguir o anestesiar nuestro discernimiento que por alimentarlo e iluminarlo.
Segunda respuesta: también somos manipulados por nosotros mismos, por nuestros errores de juicio, por nuestra falta de distancia o de atención, por nuestras emociones, incomprendidas y mal reguladas… Pero gracias a la meditación podemos abrir nuestros ojos a las servidumbres e influencias, ya sea que provengan de fuera, de nuestro medio ambiente, o del nivel más profundo y oscuro de nosotros mismos.
Una tercera respuesta al «¿por qué meditar?» es que ya que la ciencia nos muestra (como también nos lo enseña la tradición) que la meditación es beneficiosa para nuestro cuerpo y nuestra mente