Cuando chica, vivía preocupada de cuál iba a ser esa “gran cosa” que iba a hacer con mi vida. Cuál iba a ser mi legado, cuál era “La Razón” por la que yo había llegado a este mundo. Me estresaba y me ponía ansiosa pensando en lo rápido que pasaba el tiempo. De repente ya no era adolescente, y de pronto, se me acababan los 20, y aún no había hecho algo digno de ser recordado después de mi muerte. Leía sobre autores publicados a los 17, pintores prodigios a los 20, y me sentía prematuramente vieja. Irrelevante. Presionada. Quería ser recordada. No sé si famosa, pero importante. Trascendente. Y cualquier cosa menos que eso me parecía aspirar a poco. Quería hacerlo todo y quería hacerlo rápido.
Crecí, menos mal, y ahora ya no siento eso.