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Marina Garcés

Un mundo común

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  • Anaцитируетв прошлом году
    Hablar de «vida en común» no es sinónimo de identidad cultural o política, así como tampoco de la sumisión de la singularidad al uno, a la homogeneidad del todo. «Vida en común» es algo mucho más básico: el conjunto de relaciones tanto materiales como simbólicas que hacen posible una vida humana. Una vida humana, única e irreductible, sin embargo no se basta nunca a sí misma. Es imposible ser sólo un individuo. Lo dice nuestro cuerpo, su hambre, su frío, la marca de su ombligo, vacío presente que sutura el lazo perdido. Lo dice nuestra voz, con todos los acentos y tonalidades de nuestros mundos lingüísticos y afectivos incorporados. Lo dice nuestra imaginación, capaz de componerse con realidades conocidas y desconocidas para crear otros sentidos y otras realidades.
  • Anaцитируетв прошлом году
    El individuo propietario está dejando de existir. Ha sido siempre una ficción, pero una ficción calculada, con duros y crueles efectos de realidad.
  • Anaцитируетв прошлом году
    cia cerrada, construida como un refugio defensivo y ofensivo sobre la dualidad nosotros/ellos. A partir de estas dos figuras, se está gestando una nueva «geografía de la furia»[15]
  • Anaцитируетв прошлом году
    Quizá por eso actualmente entran de nuevo en escena las dos contrafiguras de la sociedad moderna: el individuo asocial, amenazante y peligroso (desde el terrorista enloquecido al especulador insaciable) y la comunidad de pertenen
  • Anaцитируетв прошлом году
    El contrato sólo crea un espacio de relación regulada de cada uno con el todo que, o bien asegura al yo o bien acaba afirmando el todo. Pero sin propiedad, el individuo no puede hacer valer su libertad, esto nos lo había enseñado la teoría del contrato social.
  • Anaцитируетв прошлом году
    Por todo lo que hemos visto, el contrato, como ficción fundadora de la sociedad, no crea ningún nosotros. Por eso el liberalismo es el verdadero corazón, la verdad más transparente, de la sociedad moderna.
  • Anaцитируетв прошлом году
    Desde esta afirmación, Judith Butler ha abordado en sus escritos de los últimos años, tras el atentado del 11-S en Nueva York[14], la necesidad de pensar el vínculo obligatorio entre los cuerpos como la condición para repensar hoy la comunidad. Se trata de sacar la interdependencia de la oscuridad de las casas, de la condena de lo doméstico, y ponerla como suelo de nuestra vida común, de nuestra mutua protección y de nuestra experiencia del nosotros.
  • Anaцитируетв прошлом году
    La sociedad moderna no nace solamente del miedo a la agresión, a poder morir en manos de otro. Nace del miedo a ser tocados, del olvido de que hemos nacido y crecido en manos de otros, o más bien, de otras; y del horror a pensar
  • Anaцитируетв прошлом году
    Las relaciones de interdependencia no articulan lo privado sino lo doméstico y lo terapéutico. La verdadera contradicción de la vida moderna no se da, por tanto, entre la cara pública y la cara privada del individuo-ciudadano sino entre su autosuficiencia y su dependencia. El individuo propietario nace de la negación de su dependencia. Propiedad y libertad, bajo esta concepción del individuo, se refuerzan mutuamente. Y el contrato social, como obligación política asumida por voluntad propia, es la garantía de esta libertad
  • Anaцитируетв прошлом году
    a privatización de la existencia no nace de la derrota del Estado y de lo público frente a la fuerza privatizadora del mercado, como se argumenta habitualmente, sino que hunde sus raíces en la construcción misma del Estado moderno. El Estado nace como comunidad de propietarios voluntariamente asociados. Por eso en él pueden convivir hasta hoy, aunque sea con tensiones, el liberalismo y el contractualismo en sus diversas versiones históricas. En realidad, se apoyan sobre un mismo fenómeno de privatización de la existencia, de la que Locke había dado su primera formulación: el individuo es un propietario, tanto de sus bienes como de su persona, de su conciencia y de sus relaciones. A partir de esta condición fundamental, se estructuran sus obligaciones y sus derechos y se dibuja el juego de distancias y de proximidades que articulan su inscripción en el mundo social. El Estado moderno, nacido de este contrato entre individuos autónomos, proyecta la vida del hombre hacia dos dimensiones fundamentales: la dimensión pública, en la que se alían la sumisión y el derecho como las dos caras de la ley, y la dimensión privada, en la que se preserva la libertad como atributo individual, ya sea la libertad del intercambio mercantil, ya sea la libertad de conciencia.
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