–A mí tampoco me gustan los médicos –dijo él, negando con la cabeza. Se sentía mejor del estómago.
El viejo lo miró fijamente como si sospechara que estaba tramando algo malo contra él.
–¿No te gustan?
–No.
–¿Y por qué no? –El viejo inclinó la cabeza hacia el hombro, en un inútil esfuerzo por oír mejor.
–Sólo le encuentran enfermedades a uno –dijo–. No saben hacer otra cosa. –Quitó las manos del regazo y las puso sobre la mesa de un modo que imitaba al del viejo–. Cuando no encuentran ninguna, siguen y siguen, y terminan por encontrarla. No han estudiado para tratar con sanos, y eso no me gusta nada.