—¿Por qué me mentiste? —repetí con un hilo de voz.
Continuaba llevándome en brazos cuando bajó los ojos para mirarme. Las voces y el sonido de las pisadas sonaban cada vez más cercanos.
—Porque no podemos estar juntos.
—Por el rollo ese de la edad, ¿no? —pregunté—. ¿O porque eres mi mentor?
Se me había escapado una lágrima y corría por mi mejilla hasta que él la enjugó delicadamente con la yema del dedo.
—Eso es parte del problema —respondió—, pero no todo. Bueno… Tú y yo seremos guardianes de Lissa algún día y debo protegerla a ella a toda costa. Si nos ataca un grupo de strigoi, debo interponerme entre ellos y la princesa.
—Eso ya lo sé, forma parte de tu obligación —volví a ver las estrellas. Estaba a punto de desmayarme.
—No. Si me permito amarte, no me interpondré entre ellos y Lissa, te protegeré a ti.