Y Leslie pensó que valdría la pena, cuando escribiera ese capítulo, decir sin ambages que los muros que levantan las personas en sus mentes son tan absurdos como la idea misma de una pared invisible. Y que hay que ser muy cabezadura y muy imbécil y muy cobarde para no atreverse a cruzar una línea imaginaria si no hay más que aire para impedir el paso.