AMÁ EN LA BOLA
Doy vueltas con el índice sobre la superficie de cristal de la bola. La cojo con la mano como una manzana: caliento el frío cristal, enfrío la caliente mano. Desde el oscuro cielo la nieve cae ligera sobre la pequeña ciudad. Dentro de la bola está mamá sentada y se chupa los copos del dedo.
La observo a través del cristal, pienso en ella, intento palpar su núcleo. Le doy la vuelta a la bola y por su cara pasan las sombras de Emma Bovary, Maureen O’Hara, Tess, Carrie… Las sombras se devanan una encima de la otra según una secreta proximidad, se enlazan atadas con hilos secretos. Reconozco el mismo brillo de sus ojos, algún almidonado y blanco detalle de la ropa, una horquilla en el pelo, la postura del cuerpo, una mirada, un gesto, una frase. Los une el mismo pegamento, la secreta energía que producen los destinos de mujer, calcándose uno en otro, buscando el reflejo uno en otro como en un espejo.
La estoy observando dentro de la bola y me parece que todas ellas son sus verdaderos núcleos, ella está con ellas, con Tess, Maureen, Carrie, Ava, Ana, Emma, Bette, real e irreal a la vez. Veo esas dos arrugas que caen imparables hacia abajo que acaban en tristes bolsitas, veo esa mueca de descontento por un destino que había empezado como una novela, que no había terminado como una novela, que se había detenido a mitad de camino condenándola a envejecer sin fuertes recuerdos, a ir tirando, a un vago anhelo, a una bola de cristal. Leo en su cara los posos de las novelas leídas y de las películas vistas, los posos de los destinos de mujer, fuertes, apasionados, que terminan con un final dictado por un novelista o un director, mientras que el suyo sigue en un estado de vaga amargura, tanto más grande y vaga cuanto más apasionadas y lúcidas eran sus ideas sobre su futura vida.
Le doy la vuelta a la bola y de repente me da pena mamá, tan pequeña y confinada, seguro que está terriblemente sola, seguro que tiene frío. Cojo la bola con la mano como si fuera una manzana, me la acerco a la boca y la caliento con mi propio aliento. Mamá desaparece en la niebla.