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Dubravka Ugrešić

El Museo de la Rendición Incondicional

  • Fernandoцитирует6 месяцев назад
    El bolso siguió siendo el almacén central de los recuerdos.
  • elisa sцитирует5 часов назад
    Yo también me acuerdo —dice Mira.
    —¿De qué?
    —Del primer detergente yugoslavo para la ropa. Plavi Radion…
    —Yo también me acuerdo —digo.
    —¿De qué?
    —Del primer programa de la televisión yugoslava Studio Uno, con Mike Bongiorno y las hermanas Kessler.
    —Ves, eso es lo que os estoy diciendo todo el tiempo. Todos somos piezas andantes de museo —dice Zoran.
  • elisa sцитирует5 часов назад
    —También nosotros teníamos una cocina así —dice Mira.
    —Nosotros nunca tendremos un museo así —dice Zoran.
    —Pero ¡¿cómo lo vamos a tener si el país ha desaparecido?! —dice Mira.
    —Pues porque todos nosotros somos piezas andantes de museo —dice Zoran.
    —Pero si el país ha desaparecido, desaparecerá también la memoria colectiva. Si han desaparecido los objetos que nos rodeaban, desaparecerá también el recuerdo de la cotidianidad que hemos vivido. El recuerdo de nuestro antiguo país está prohibido. Y cuando un día deje de estarlo, todos se habrán olvidado. No habrá nada más de lo que acordarse —digo.
    —Entonces todos recordarán algo que no fue —dice Mira.
    —Yo me acuerdo de todo —dice Zoran.
    —¿De qué? —pregunto.
    —Del paté de carne Gavrilović —dice.
  • elisa sцитирует5 часов назад
    Con los pies puestos en los asientos vacíos de delante, Richard y yo estamos sentados bajo la enorme cúpula del planetario de Prenzlauer Allee. Desde el cielo artificial cae sobre nosotros una fina lluvia de estrellas. Y mientras caen sobre nosotros las estrellas, digo:
    —Todo está algo confuso, Richard. Escribo sobre lo otro para no escribir sobre lo uno, igual que me acuerdo de algo que no ocurrió para no acordarme de lo que ocurrió. Todo tiene una dirección algo equivocada.
    —Tú solo sigue. Esto es Berlín, aquí la dirección equivocada es la dirección adecuada —me consuela Richard.
  • elisa sцитирует5 часов назад
    Berlín es una ciudad de extraños museos, como el Museo del Azúcar, el Museo de los Peinados, el Museo de los Osos de Peluche y el Museo de la Rendición Incondicional. Más exactamente, Muzey Istorii Bezogovorochnoy Kapitulacii Fashistskoy Germanii v Voine 1941-1945.[55] Este museo con el nombre más largo del mundo está en Karlshorst, en el antiguo Berlín Oriental. El museo está ubicado en el edificio en el que en el año 1945 (en la noche entre el 8 y el 9 de mayo) se firmó la capitulación alemana.
    En esta parte de Berlín se hallan los antiguos cuarteles soviéticos y las antiguas colonias de viviendas de los antiguos soldados soviéticos. Todo es antiguo, pero la gente sigue viviendo allí. Unos treinta mil, dicen. Por las destrozadas ventanas se ven pisos abandonados y paredes con papeles que se despegan como líquenes. Delante de los edificios hay grandes contenedores oxidados. En estos contenedores, dicen, están los bienes de los antiguos soldados soviéticos. Muebles, televisores, neveras… Por la noche los rateros fuerzan los contenedores.
  • elisa sцитируетвчера
    Sin embargo, las chicas rechazaron mi idea con gran repugnancia, como si hubiera propuesto que nos dedicáramos a la aruspicina, a la adivinación en hígados frescos de animales recién sacrificados.
  • elisa sцитируетвчера
    artista Shimon Attie en la exposición The Art of Memory expuso una instalación titulada Projected Restoring. Con la intención de que «los fragmentos de la vida pasada se intercalaran en el campo visual del presente», Attie proyectaba diapositivas de Scheunenviertel, antiguo barrio judío de Berlín. Sobre las escenas contemporáneas Attie proyectaba empalidecidas escenas de los mismos espacios de tiempos pasados.
  • elisa sцитируетвчера
    —Was ist Kunst? —pregunto a un colega.
    —El arte es un intento de defender la integridad del mundo, la secreta unión entre todas las cosas. Solo el arte presupone una secreta relación entre la uña del dedo meñique de mi mujer y el terremoto de Kobe —dice mi colega.
  • elisa sцитируетпозавчера
    conocido mío me contó su historia de amor. Tenía diecisiete años cuando se enamoró locamente de una chica de su edad. Estuvieron juntos unos tres años, entonces la relación se rompió. Ella se casó. Desde entonces no volvió a verla. Pasaron los años, él no se casó y a menudo pensaba en ella. Y entonces, se enteró de que se había quedado viuda. Al día siguiente se la encontró en la calle, resultó que todos estos años había vivido en su vecindario. Tenía una hija mayor. Se enamoraron de nuevo, con el mismo ímpetu, o por lo menos eso aseguraba mi conocido. Pasaron unos primeros días dulces y penosos. Ella le acusaba de que, al contar sus vivencias de jóvenes, se acordaba de las vivencias que él había tenido con otras mujeres.
    —¡Eso no es verdad! —lloraba la mujer—. ¡Quizá todo eso haya ocurrido, pero no conmigo!
    Mi conocido me aseguraba que era verdad, que se acordaba exactamente de cada uno de los detalles y que todo el problema estaba en que ella lo había olvidado todo.
    —Por lo demás todo está igual, ha cambiado poco. Las manos tienen memoria. Lo único que cambia es el olor. Antes olía a chica joven, y ahora a mujer madura.
  • elisa sцитируетпозавчера
    Había nacido en la Alemania del Este. De niña perdió a sus padres y acabó en un hogar de niños desamparados. De allí la sacó un respetable matrimonio de mediana edad, pero Christa huyó rápidamente de ese nuevo hogar y se encontró otra vez en el hogar de los desamparados. Más tarde se matriculó en la facultad, conoció a un islandés perdido que se enamoró de ella, se casó, viajó a Islandia, cocinó en un barco de pesca para treinta pescadores, limpió pescado en la lonja; después tuvo dos hijos y huyó rápidamente del nuevo hogar, a Italia, con el primero de sus numerosos amantes posteriores. Después de dos años de un apasionado vagar por Italia, su amante se volvió a Islandia y ella a Alemania, esta vez a Berlín Occidental (ya que había sido expulsada para siempre del Oriental), donde escribió poemas, se suicidó sin éxito unas cuantas veces, bebió, sufrió, volvió a Islandia llena de esperanza, como si volviera a Berlín del Este, y entonces se rindió, contrayendo un perpetuo complejo de Medea (sus hijos islandeses vivían en Islandia, con su padre). Viajó al norte, al sur, al oeste y al este, buscando frenética e inútilmente un sustituto de la patria perdida, viajó donde pudo, y cómo no, a China, a Brasil, a América, a Rumania, ahí varias veces, donde llevaba ropa y latas de comida a los alemanes rumanos.
    En Berlín iba todos los días al Muro, se subía al mirador y durante horas se quedaba observando fijamente al otro lado, acurrucada como un pájaro. Militaba, traía tránsfugos, daba de comer a los emigrantes de Alemania del Este, odiaba a los rusos, se ocupaba de los orientales: rumanos, polacos, húngaros, búlgaros, checos; volvía a beber, a militar, a odiar, a amenazar desde el mirador con su correosa mano (reforzada en la lonja islandesa) hacia Berlín del Este, a aterrizar después de un viaje en el aeropuerto de Berlín del Este, a llorar y a maldecir terriblemente a los aduaneros de caras pétreas de la Alemania del Este, acusándoles de haberle robado su patria.
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