Las religiones suelen girar alrededor de textos memorables: los cristianos a la Biblia, los musulmanes al Corán. Son libros fascinantes, por completo maniqueos, dogmáticos, destinados a la fe y a la credulidad. Ninguno tiene el menor sentido del humor, o es, a lo sumo, involuntario. René Avilés Fabila fue en su niñez, por razones familiares, atento lector de la Biblia. Al llegar a la adolescencia descubrió su incapacidad para creer en alguna deidad. La educación científica había logrado hacerlo agnóstico. ¿Qué hacer, ahora, ya literato, con el bagaje bíblico a cuestas? Poco a poco las escenas bíblicas fueron apareciendo como son: duras, fanáticas, teñidas de sangre y actos de magia que denominan milagros. Los cuerpos de miles y miles de humanos están esparcidos en páginas de dramática crudeza. Dios es en exceso severo y vengativo. Gusta de los castigos. Sólo los justos tienen derecho al Paraíso. Los justos que tienen fe, ¿y los demás que no han pecado pero están imposibilitados para creer? ¿No es el Diablo un personaje más atractivo que su creador y antítesis? ¿Judas Iscariote merece reivindicación? Noé era un hombre descuidado: dejó fuera del arca a Pegaso, los dragones y los unicornios. Sansón, un juez que gustaba en exceso de las mujeres, se llevó las puertas de Gaza para ponerlas en el campo. El Paraíso un exclusivo club nudista. ¿Tiene sentido? Este Evangelio es provocativo y lleno de interrogantes porque el autor también leyó los Apócrifos y le parecieron más dignos de credibilidad que los textos oficiales. El resultado, apoyado por Dante, Milton y Defoe, estudioso del Diablo, es un libro herético, divertido y -oh sorpresa- según un crítico español, ateo consumado, ingenuo. Las dudas de Avilés Fabila, son las de todos los creyentes en algún momento de su vida. Nadie se ha propuesto desacralizar la Biblia, sólo hacer notar sus ingenuidades y las hazañas inauditas y sangrientas que pueblan sus páginas, en las que brilla el más hermoso de los poemas eróticos: El cantar de los cantares.