Entrelazadas con las escenas de una película a modo de contrapunto, Una vida tranquila recorre las trayectorias de tres artistas que eligieron la calma y la contemplación no solo como manera de entender su oficio, sino como forma de estar en el mundo. Aunque en sus páginas aparecen Fra Angelico, Ajmátova, Emily Dickinson, Falla, Britten, Thoreau, Etty Hillesum, los monjes de De dioses y hombres, Fray Luis de León, Josep Pla o Simone Weil, por su propia tendencia al recogimiento este libro híbrido parece buscar sobre todo algo semejante a lo que aspiraban las pinturas de Giorgio Morandi, los poemas de Jane Kenyon o las breves piezas para piano de Frederic Mompou. Además, a la vez que defiende una poética sencilla, luminosa y alejada del ruido, Una vida tranquila refleja el reverso de un testimonio confesional, una autobiografía implícita de la que está ausente cualquier tipo de yo. Coradino Vega terminó este libro justo antes de que estallara la pandemia, cuando cierto modo acelerado y excesivo de vivir hacía tiempo que se había convertido en el patrón de nuestros días. Ahora, sin embargo, su apuesta retraída por la austeridad ante el bullicio de la masificación y las modas, por el sosiego atento frente al deterioro de la naturaleza y las distracciones de la tecnología, ha cobrado involuntariamente una actualidad imperiosa y una doble pertinencia.