Chester, el gato, comenzó a ver algo extraño. Un rayo de luz de luna cruzó su jaula y el conejo empezó a moverse, levantó su naricilla e inhaló profundamente. El manchón negro que le cubría el lomo tomó forma de capa y sus ojos tenían un aura ultraterrena. Sus labios se partieron en una sonrisa macabra que dejaba entrever dos colmillos puntiagudos.