el deseo de asimilación puede vivirse como una fuerza que da lugar a un sentimiento de vergüenza de uno mismo y que, por tanto, debilita el yo. Por supuesto, la capacidad de asimilación requiere recursos económicos y ventajas educativas y ocupacionales de los que un aspirante a «nuevo norteamericano», pongamos por caso, probablemente no dispone. Pero una persona consumida por el deseo de asimilarse también puede ejercer la autocensura y dejar de lado todo su abanico de experiencias y observaciones vividas; la autocensura da por supuesto que en el propio pasado hay algo vergonzoso, inaceptable, que es menester ocultar a los demás. Para el extranjero, este ciclo de autocensura y vergüenza puede empezar simplemente con su necesidad de inhibir el gesto de tocar a los demás cuando les habla o de eliminar su propio aliento con olor a comidas extranjeras.