Matar un ruiseñor, la única novela que escribió Nelle Harper Lee y que le valió el Pulitzer de 1961, sigue siendo hoy en día, a los cincuenta años de su aparición, una de las novelas norteamericanas más populares y apreciadas. Basada, al parecer, en recuerdos de infancia de la propia autora, puestos en la voz de la narradora y protagonista Jean Louise Finch, alias Scout, su historia de aprendizaje, educación y comprensión hacia los demás, hacia los que no son como nosotros, dentro de una comunidad donde aún imperan los prejuicios raciales y el miedo a lo diferente, ha sido siempre puesta como modelo de lectura a compartir entre grandes y pequeños, como ejemplo de una literatura que puede entretener a los más jóvenes y, a la vez, mostrarles ciertos valores. Pero además de eso, y sobre todo, Matar un ruiseñor es una de las grandes obras sobre los miedos de la infancia y el paso a la edad adulta, teñida de ternura y de nostalgia, que mezcla la aventura, el terror, el humor, el drama social y la novela judicial para convertirse en un texto atemporal que habla sobre las personas y sus sentimientos. Una obra maestra, en fin, que se lee de una sentada, que no ha perdido ni una pizca de su fuerza narrativa gracias, como siempre, a su claridad y sencillez, y que, según cuenta la leyenda, puso celoso al mismísimo Truman Capote, amigo íntimo de la autora. Al adaptarla al cine en 1962, Robert Mulligan realizó la película más representativa de su filmografía, otra obra maestra a la altura de la novela y que apenas necesita ya presentación. Gregory Peck ganó el Oscar por su interpretación del padre y abogado Atticus Finch (posiblemente su personaje más recordado), y en un papel secundario pero crucial encontramos a un jovencísimo Robert Duvall.