Las golondrinas yacen sobre el lecho de arena, pero no están envueltas en una serena crisálida de alas, sino retorcidas y descoyuntadas. Sabe, antes de tocarlas, que están muertas. Catherine también; ya tiene preparado el cortaplumas. Han acordado que, si las golondrinas morían, diseccionarían una y examinarían su estructura circulatoria y respiratoria. Buscarán cualquier órgano que pueda posibilitar la hibernación bajo el agua, cualquier órgano que pueda demostrar que se equivocan.
Trabajan con rapidez. No hay mucha sangre. Catherine observa la caja torácica abierta y dice:
—Es muy difícil trabajar sin el instrumental apropiado, pero bueno… Aquí no hay nada fuera de lo habitual. Sin duda, Linnaeus se equivoca.
Un corazón de cuatro cámaras dentro de su pericardio; pulmones pequeños, rosados, sin lóbulos. Desde los pulmones, los misteriosos sacos de aire se extienden al abdomen, garganta arriba, a los huesos. No hay señales de un órgano similar a una branquia que permita al ave respirar debajo del agua. Sarah Anne está pálida, pero también eufórica. Han realizado un experimento; han refutado una hipótesis.