La democracia en América, 2

Hay que convencerse de que de todos los pueblos del mundo, el más difícil de contener y dirigir es un pueblo de solicitantes. Por muchos esfuerzos que hagan sus jefes, nunca podrán satisfacerles, y siempre habrán de temer que derriben la constitución del país y cambien la fachada del Estado con el único objeto de promover plazas vacantes.

Nada parece más propio para excitar y sostener la curiosidad que el aspecto de los Estados Unidos. Las fortunas, las ideas, las leyes, todo varía allí incesantemente. Diríase que incluso la inmóvil naturaleza cambia, tanto se transforma día a día bajo la mano del hombre

Su curiosidad es insaciable, pero se satisface con facilidad, pues prefiere aprender muchas cosas rápidamente a conocerlas bien

Cuando el ciudadano de las democracias no está acuciado por sus necesidades, lo está por sus deseos; pues entre todos los bienes que le rodean, no cree que haya ninguno que esté completamente fuera de su alcance. Así pues, lo hace todo con precipitación, se contenta con cualquier cosa, y no dedica más de un instante a considerar cada uno de sus actos.

No hay mucho que perder creyendo verdadera la religión cristiana», dijo Pascal, «pero ¡qué desgracia sería equivocarse creyéndola falsa!»

Los periódicos resultan, pues, más necesarios a medida que los hombres se hacen más iguales y más temible el individualismo. Sería disminuir su importancia creer que sólo sirven para garantizar la libertad, cuando son los que mantienen la civilización.
No puedo negar que en los países democráticos los periódicos comprometen a menudo a los ciudadanos en empresas disparatadas; pero si no hubiera periódicos, casi no habría acción común. El mal que producen resulta, pues, mucho menor que el que remedian.

Las creencias dogmáticas son más o menos numerosas según las épocas. Nacen de diferentes maneras y pueden cambiar su forma y contenido; pero no es posible acabar con las creencias dogmáticas, es decir, con opiniones que aceptan los hombres confiadamente y sin discusión. Es cierto que si cada uno tratara por sí mismo de formarse todas sus opiniones y de perseguir aisladamente la verdad abriéndose caminos por sí solo, es probable que no hubiera nunca muchos hombres que compartieran una creencia