Significativamente para mis intereses ahorita, además de haber escrito la mejor novela de guerra del mundo, Kurt (cuyos ojos suaves me miran con intensidad a diario, tan poco acostumbrados a su condición de figura fundamental de la literatura estadounidense) es también la persona que escribió la mejor dedicatoria a un editor en la historia de la literatura. Esto, por supuesto, es sólo mi opinión.
Pero creo que tengo razón.
Su dedicatoria fue perfecta porque era también una disculpa. En la introducción de esa extraordinaria novela acerca de la guerra que es Matadero cinco o La cruzada de los niños, escribió las palabras más dulces para su editor, una explicación del fracaso, una declaración de amor, un despliegue de gratitud: «Sam, aquí está el libro», escribió Kurt. «Es tan corto y desordenado y balbuceante, Sam, porque no hay nada inteligente que decir sobre una masacre. Se supone que todo el mundo debe estar muerto; y nadie puede decir nada, ni desear nada nunca más. Todo se supone que debe estar en silencio después de la masacre, y así es siempre, excepto por los pájaros. ¿Y qué dicen los pájaros? Lo único que se puede decir sobre una masacre, cosas como “¿Poo-tee-weet?”». Y bueno, te escribo ahora yo, Gabriel, con la esperanza de honrar esta Piedra Rosetta de las dedicatorias, que es también una disculpa del mejor tipo: una oda a la vulnerabilidad del autor, no como ego sino como creador. Incluso si llegáramos a fracasar, comencemos por aquí al menos. Desde la humildad.