Cuando era todavía niño, viviendo aún en una casa grande, fría, color amarillo canario, donde me preparaban, a mí y a cientos de otros niños, para una segura no-existencia como muñecos adultos, donde todos mis coetáneos se transformaban sin esfuerzo o dolor, ya entonces, en esos execrables días, entre libros de tela y material escolar brillantemente pintado, y corrientes de aire que helaban hasta el alma, yo sabía sin saber, yo sabía sin dudar, yo sabía cómo se conoce uno a sí mismo, yo sabía lo que es imposible saber y, diría yo, yo sabía incluso con más claridad que hoy.