Shoggoths nos llenaron a Danforth y a mí de horror y aprensión. Eran entidades informes compuestas de una gelatina viscosa que parecía un aglomerado de burbujas y tenían unos cinco metros de diámetro cuando adoptaban forma de esfera. No obstante, cambiaban constantemente de forma y volumen, desarrollaban, de manera espontánea o por sugestión, aparentes órganos de la vista, el oído y el habla a imitación de sus maestros.
Por lo visto, se volvieron particularmente díscolos a mediados del Pérmico, tal vez hace unos ciento cincuenta millones de años, cuando los Ancianos del mar libraron una auténtica guerra con ellos para volver a dominarlos. Las imágenes de esa guerra, y el modo en que los Shoggoths dejaban a sus víctimas decapitadas y cubiertas de baba, seguían siendo temibles a pesar del abismo de las eras incontables que nos separaba de ellas.