Debajo de las toldillas entregados a la sabiduría de los hombres blancos y a su valentía, confiados en el poder de su incredulidad y en la cáscara férrea de su barco de fuego, los peregrinos de una fe exigente dormían en esteras, en mantas, en tablas desnudas, en todos los rincones oscuros, envueltos en telas teñidas, embozados en guiñapos sucios, con la cabeza apoyada en ataditos, con el rostro apretado contra los brazos plegados: los hombres, las mujeres y los niños; los viejos con los jóvenes, los decrépitos con los robustos, todos iguales en el sueño, hermano de la muerte.