Jay Gatsby, el caballero que reina sobre West Egg, el anfitrión de las noches sin tregua, pero también el triunfador marcado por el trágico sino de una soledad no pretendida, es el arquetipo de esos años veinte que se iniciaron con la Prohibición y discurrieron en el gangsterismo y la corrupción política organizada. Protagonista de una década que culminaría con la catástrofe de 1929, su imagen de esplendor no hace sino anunciar un drama inevitable. Triunfo de perpetua juventud, brillantez animada por el exceso, fueron también las constantes de la vida de Francis Scott Fitzgerald, quien nos ofrece en El gran Gatsby una de sus obras mayores.