Aunque, ciertamente, cuando alguien decide irse de algún lugar las cosas no pueden andar peor, han llegado a su límite, excepción hecha de los profetas o las personas muy juiciosas, que saben con años y a veces con décadas de antelación cuándo el cielo o el porvenir van a tornarse grises y el clima, a su vez, volverse insoportable.