Y podéis tener por seguro que la mitad de las tierras les serán devueltas a sus dueños cuando el rey recupere el poder y conceda indultos. Perdonará a todos sus enemigos y les permitirá regresar a sus hogares. Sus aliados descubrirán que los servicios que le prestan obtienen escasa recompensa. No hay ni provecho ni verdadero honor en seguir a este rey.
Yo aprieto los labios para reprimir una réplica. Henry es mi esposo. Lo que él diga ha de ser ley en nuestra casa. Es mi señor por la gracia de Dios. No merece la pena discrepar de sus opiniones en voz alta; en cambio, en mi fuero interno, lo considero un cobarde.
—Venid a la cama —me pide con dulzura—. ¿Por qué habéis de preocuparos por una u otra cosa mientras vuestro hijo se encuentre sano y salvo? Y de vos cuidaré yo, Margarita. No permito que la guerra toque nuestras tierras, y no voy a haceros enviudar por segunda vez lanzándome en pos de la gloria. Venid a la cama y sonreídme.
Me meto en la cama con él porque es mi deber, pero no sonrío.
Entonces recibo la peor noticia posible. La peor, y procede de Jasper. Yo creía que era invencible, pero no lo es; no lo es. Yo creía que era imposible que Jasper fuera derrotado. Pero, desgraciadamente, resulta que no lo es.