Su Biblia estaba muy sobada, porque la leía cada día. Le encantaban las historias que contenía, pero la que más le gustaba —sobre la que meditaba más a menudo— era la parábola del Buen Samaritano. Había predicado ese pasaje del evangelio de Lucas muchas veces y la congregación del Redentor siempre respondía con generosas alabanzas, gracias a Dios.
Doug pensó que tal vez se debía a que veía aquella historia desde una perspectiva muy personal. Un sacerdote ignora a un viajero que está tendido junto al camino después de que lo han robado y apaleado. Un miembro de la tribu de Leví hace lo mismo. ¿Y quién se acerca a continuación? Un samaritano con mala pinta que odia a los judíos. Y resulta que es el samaritano quien acaba ayudando al viajero, a pesar de su mala pinta y de su odio antisemita. Le limpia las heridas y los cortes y luego se los venda. Carga al viajero sobre su asno y le consigue alojamiento en la primera posada que encuentra.