En los alrededores de Ushuaia un peligro acecha. Se presenta con la ferocidad y el descontrol de lo salvaje, en medio de un desierto blanco que se expande hasta correr fronteras.
El polaco Boris Karakzuk aparece muerto cerca del Lago Escondido. Su cuerpo ha sido mutilado a dentelladas: ambos brazos desprendidos, el abdomen eviscerado, el cráneo con el cuero cabelludo totalmente desgarrado. Los embates de perros cimarrones empiezan a repetirse y multiplicarse como un movimiento irrefrenable, las autoridades deben buscar una salida que genera discusiones en el seno del aparato del Estado, entre sus diferentes fuerzas y estamentos, pero también con actores de la sociedad civil. El desborde es tal, que incluso recrudece una latente hostilidad entre dos naciones.
Alegoría de tiempos actuales, Cimarrones es una novela inquietante. El contorno que separa centro y periferia se desdibuja, lo desconocido se presenta como amenaza y los conflictos de intereses postergan una solución hasta el límite de lo trágico. Todo, claro, con la escritura meticulosa de Eduardo Zannoni.