Crowley insistía en que las comidas tenían que ser variadas, atractivas y sobre todo educativas: las comidas tenían que enseñarles higiene a los niños (a lavarse las manos y la cara), a sentarse y comer tranquilamente, sin “demasiado ruido o ajetreo” y, sobre todo, a incorporar nuevos sabores, en lugar de la dieta de comida enlatada y café al que estaban acostumbrados