Hasta hace muy poco —y en ciertos ámbitos incluso hoy— se atribuía cierto valor moral al estudio de los clásicos. Esto se debía a que, con independencia de sus virtudes intrínsecas, los textos clásicos ofrecían a los estratos superiores de la clase dominante un sistema de referencias para las formas de su propia conducta idealizada. Además de poesía, lógica y filosofía, los clásicos suministraban un sistema de etiqueta. Ofrecían ejemplos de cómo había que vivir —o al menos, de cómo había que aparentar que se vivía— los momentos culminantes de la vida: la acción heroica, el digno ejercicio del poder, la pasión, la muerte valerosa, la noble persecución del placer, etc.