Cada uno por su lado y Dios contra todos. Memorias

En un archivo encontré unas maravillosas filmaciones en celuloide de 16 mm tomadas por los astronautas que trabajaban en la misión del transbordador. Sospecho que era la única película existente en ese formato, ya que las bobinas aún estaban envueltas en el plástico del laboratorio y nadie las había reproducido hasta aquel momento. Cuando en 1989 se lanzó la sonda ya había imágenes de vídeo del espacio y también películas de 8 mm, por supuesto, pero en la tripulación de esa misión había un astronauta con talento que se interesaba por el cine.

En realidad, lo que más le importaba a mi padre era darnos una notoriedad que no teníamos. Inscribió en el árbol genealógico como «explorador» a uno de mis hermanastros, Ortwin, al que apenas conozco y que recorría el mundo trabajando para un directorio de empresas semifraudulentas, como si fuera un nuevo Alexander von Humboldt.

Las mujeres de mi vida se han asociado a menudo con el drama, quizá porque los sentimientos entre nosotros siempre han sido muy profundos. Aun así, nunca he entendido del todo el grandioso misterio y la agonía del amor. Apenas he tenido relaciones superficiales. Aunque siempre me haya empujado el demonio del amor, mi vida no habría sido nada sin mujeres. A veces imagino un mundo en el que no hay mujeres, solo hombres. Un mundo así sería insoportable, patético, tambaleándose de un vacío a otro. Pero también tuve mucha suerte, tal vez más de la que merecía.

Estaba seguro de que lo sabía todo aquí y ahora. Se me había revelado mi propio destino. Y también supe que, después de una noche como esa, difícilmente me resultaría posible envejecer. Estaba seguro de que no viviría hasta los dieciocho años porque, iluminado por tanta gracia, el tiempo ordinario no volvería a existir para mí.

No recuerdo haber hecho ni una hora extra en mi vida. Soy de todo menos un adicto al trabajo y los rodajes nocturnos me resultan un tormento, porque no soy un animal nocturno. Escribo un guion cuando puedo visualizar la película entera frente a mí y casi nunca he trabajado en ninguno más de una semana. No necesito silencio para ello, puedo escribir en un autobús lleno de gente o con niños gritando a mi alrededor en un parque infantil. Pero para mí siempre ha sido importante desarrollar los guiones como un género literario por derecho propio. Mi guion de Cobra Verde comienza en el calor y la sequía del sertão brasileño: «La luz es deslumbrante, letal; el cielo, sin pájaros; los perros yacen muertos de calor. Locos de rabia, los insectos metálicos apuñalan piedras al rojo vivo». No es habitual encontrar este tipo de cosas en la industria cinematográfica.

Nunca me he drogado. La cultura de las drogas siempre me ha repugnado. Tampoco creo que me hicieran ningún bien porque, de todos modos, hay demasiadas tormentas desatadas en mi interior.

En Nuevo México visité un depósito de residuos nucleares donde se almacenan barriles radiactivos en enormes túneles de sal. La población local se opone al proyecto con vehemencia, a pesar de que los túneles son muy profundos y no han sufrido cambios geológicos desde hace doscientos cincuenta millones de años. La pregunta es: ¿cómo advertir a las generaciones venideras de que no entren en los túneles? Al fin y al cabo, dentro de unos miles de años nadie hablará ni entenderá nuestros idiomas en su forma actual.

Leer las señales, saber leer el juego del equipo contrario en el fútbol, leer el mundo: todas ellas son cosas que siempre he tenido en mente. De eso tra

Locutar tus propios textos tiene algo genuino, reconocible para cualquier espectador, que los actores entrenados y los oradores profesionales no pueden transmitir. Asumí el nuevo rol sin pensarlo mucho, pero no quería hacerlo como un aficionado; me obligué a ser preciso y contundente. En mi largometraje Corazón de cristal no estaba seguro de poder mostrar a toda una comunidad de aldeanos marchando como sonámbulos hacia un desastre previsto. La película cuenta la historia de un pastor de vacas del bosque bávaro con dotes proféticas que existió realmente a finales del siglo xviii y que, como Nostradamus, tuvo visiones de la conflagración mundial y la caída de la humanidad. El pueblo vivía de la producción de vidrio

Gide escribió una vez: «Altero los hechos de tal manera que se parezcan más a la verdad que a la realidad».