La lucha en las internas del Partido Demócrata hizo que las elecciones de 2008 fueran, por lo menos, bastante más interesantes que las anteriores. La prensa se entusiasmó con el “primer candidato negro”, Barack Obama y su lucha contra “la primera mujer” Hillary Clinton. Ambos demostraban que lo peor del racismo y la discriminación había quedado atrás, ambos reafirmaban que Estados Unidos es “la tierra de la gran promesa”. Y lo mejor de todo, para el mundo en general, era que quedaba demostrado que George W. Bush había sido repudiado en toda la línea. Como es habitual, todos se equivocaron.
En este libro no se analiza a Estados Unidos como «nación democrática» pese a que George W. Bush, uno de los peores presidentes de la historia reciente norteamericana, haya contado con opiniones favorables de más del 30%; o que Ronald Reagan, mientras destruía la vida de millones de familias norteamericanas, fuera considerado un presidente popular; ni aunque muchos intelectuales del mundo consideren a ese país como democrático.
Cuando se inició hacia 1973 una nueva crisis capitalista, Reagan y los neocon intentaron resolverla reestructurando la economía y lanzando un despiadado y brutal asalto sobre el conjunto de los trabajadores. Sus heroicas luchas defensivas en las décadas de 1980 y 1990 terminaron generalmente en derrotas, que trajeron consigo fragmentación, desmoralización de los sectores sociales subordinados, erosión de la solidaridad. No toda crisis, aun la más grande, se transforma en oportunidades revolucionarias. Sin embargo observamos que en el proceso de la derrota se forjan nuevas experiencias que, junto con el análisis crítico, pueden eventualmente generar grandes transformaciones. Esto último justifica el esfuerzo de este libro.