En México las variantes de lo ultracorto son difícilmente apreciables, como florecieron en una época —finales del siglo XIX y principios del XX— en que la cultura grecolatina estigmatizaba los libros de los miembros del Ateneo de la Juventud (Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri, Mariano Silva y Aceves, José Vasconcelos, etcétera), poesía, pensamiento y narración estuvieron ligados estrechamente. Se leía a Homero o Sófocles como a Heráclito, Aristóteles y Platón, pero también a Marcial, Propercio y Esopo —y aquí hagamos un guiño con Monterroso y Arreola—. No sólo eso, también entraron en México, como una tromba, las vanguardias literarias que, mezcladas con la cultura clásica y toda la vertiente nacionalista del siglo XIX, dieron una amalgama de expresiones y voces literarias muy genuinas