En cuanto mi madre se alejó, el doctor V. comenzó a hablar en voz baja, con excitación. Quería saber quién me lo había hecho. Me dijo bromeando: «¿Por qué te fuiste a París?, si en tu misma calle vive la señora… [yo no la conocía], que lo hace muy bien». Ahora que ya no lo necesitaba aparecían aborteras por todas partes.