Puede tratarse de una impresora averiada en la enfermería y que obliga al personal a correr por el pasillo para imprimir los documentos de sus pacientes, a pesar de que su reparación solo costaría 100 dólares. Pueden presentarse como ese café que hay que pagar en la sala de descanso cuando «los tiempos son difíciles». También surgen cuando «trabajar desde casa» significa que tengas que publicar en Slack cada descanso de cinco minutos que hagas. Se presentan de forma desagradable, como cuando a las diez de la noche llega ese email de tu jefe que sutilmente espera una respuesta inmediata. Son esos aseos donde tienes que sacarte la leche porque no existe otro lugar privado para hacerlo. Son esas plazas de aparcamiento por las que pasas y siempre están vacías, reservadas para unos VIP que nunca las usan, y los presupuestos desorbitados para servicios que nunca podrás usar.