En el tren sentí calma,
el piso firme
rugió bajo mis pies.
Hermano de hierro,
¿te acordás de mí?
Juntos huimos de mi pueblo
a San Petersburgo,
yo tocaba con la frente la ventanilla
para que el bosque me bendijera.
Todo lo desagradable y hermoso
quedaba atrás,
daba pena no poder voltear para verlo,
daba alegría.
Hermano, otra vez juntos,
cruzamos la ciudad adormecida
y siento tus venas de metal
como si fueran mías,
palpitando de miedo
bajo la nieve.