Un día, entre cosas viejas, Juana encuentra sus diarios, escritos como si fueran los de otra mujer, no los suyos. Y con ese mismo espíritu decide releerlos en las horas muertas que pasa en el cementerio envigadeño. Esos cuadernos hablan de la hija de un sepulturero legendario, vecina de la necrópolis. Una mujer que pospuso indefinidamente su vocación religiosa y se convirtió en viuda de cinco hombres, circunstancia que le valió su contundente apodo: Juana la enterradora. En esas memorias halla noticias del robo de la calavera de Fernando González, un pacto suicida que conmocionó a la población, la existencia de un muladar en el que enterraban a los indignos de Dios… Pero detras de esas historias, Juana encuentra su esencia: el apostolado de sufrir por los difuntos… De paso nos deja ver una cara oculta del Envigado del siglo XX