Donantes de sueño

Una cápsula humana más, ignorante por completo del contenido de su mente, como el resto de nosotros.

Entonces pienso que ojalá lo que fluye entre nosotros siga sin nombre, sin forma, sin ubicar en la historia ni ser «experimentado» siquiera en pasado y, por tanto, concluido; no quiero decirlo, ni siquiera me apetece intentar comprenderlo y así empezar a confundirlo con otra cosa y luego con otra, sombras tenues de ese sentimiento original, algo inaudiblemente delicado que no sobreviviría en el traslado al discurso hablado.

Según la leyenda griega, la flor de la amapola fue el regalo de Hipnos, el dios del sueño, para ayudar a Deméter a dormir de nuevo. Deméter estaba exhausta de tanto buscar a su hija perdida, que Hades había raptado para que fuera su esposa en el inframundo. El caso es que Deméter estaba tan cansada que no era capaz de seguir haciendo crecer las cosechas. Pero las amapolas la hechizaron. Durmió, y cuando se despertó, el maíz crecía otra vez verde y alto.

¿Importa algo si creemos en lo que decimos o no, desde el momento en que la simple pronunciación de las palabras salva vidas?

A veces pienso que el médico indicado podría abrirme el pecho y encontrarse ahí a mi hermana, congelada dentro de mí, como una cara en un medallón.

Algunos días, lo sé, yo soy una de ellas. Descubres que no eres compatible con el donante. O percibes que al dar te quitan parte de tu libertad. Tu cuerpo se rebela, igual ni sabes por qué. Pero la donación es rechazada.

El último día de vida de mi hermana se desarrolló sin ningún tipo de observancia de luna ni de sol. Murió despierta, después de veinte días y catorce minutos sin dormir. Encerrada en su cráneo sin posibilidad de escapar.

Necesito desesperadamente lo que me brindan. Una transfusión de fe. El por qué y el cómo de la organización. Nuestro trabajo y su valor.

Los locutores de las noticias transmiten el germen del miedo a millones de personas. Las noticias matutinas, las de la noche; no hay tregua:

gente como Dori se mantiene en vela durante meses e incluso años, rehén de su propia química cerebral, atrapada en el estado de vigilancia que termina matándola.