Tras él, con la cabeza gacha, iban la vieja perra Kashtanka y el perro Anguila, que debía ese nombre a su color negro y a su cuerpo largo como el de una comadreja. Ese Anguila era sumamente respetuoso y zalamero, y miraba con idéntica ternura tanto a propios como a extraños, aunque no inspiraba demasiada confianza. Bajo su actitud respetuosa y su humildad se escondía la mayor de las perfidias. Nadie mejor que él sabía acercarse con cautela y morder la pierna a alguien, entrar en la despensa o robarle una gallina a un mujik